Ella es dulce, un poco tímida y lleva con ella una mirada triste, una mirada perdida. Julia te abraza y te envuelve.
Mamá llegó de Metan, un pueblo ubicado al sur de la provincia de Salta junto con una amiga cuando tenía 21 años. Mamá vino, como muchas otras, a trabajar como empleada de casas particulares (según economía feminita se estima que 1 de cada 5 mujeres trabaja en ese sector. 900.000 personas). Al poco tiempo conoce a un hombre y queda embarazada. En ese momento en la casa donde trabajaba deciden echarla faltando poco para dar a luz. Junto a su pareja, se va a vivir a lo de su hermana, mientras él sale a buscar trabajo. El tiempo pasó y él nunca más volvió, ella se quedó junto a su hija, sin hogar y sin trabajo. La propuesta de que lo mejor sería dar en adopción a su hija, estaba lejos de concretarse. Ella decidió criar a su hija sola.
Pasaron los años y Julia conoce a Osvaldo, el papá de mis tres hermanos: Florencia, Javier y Claudio. Siempre dulce, siempre entera, siempre fuerte. Muchas veces recuerdo cuando cada mañana antes de ir a trabajar nos daba un beso en la frente a mis hermanos y a mí y nos dejaba las cuatro tazas de mate cocido con leche tapadas con un plato para que se mantengan calientes, la lata del pan dulce de navidad con galletitas adentro. Los besos de las buenas noches en la frente. Son recuerdos que vienen a mi mente con frecuencia.
Mamá viaja en su imaginación, por momentos se va y vuela con su mente. Muchas veces me quedo observándola y me quedo varios instantes pensando en que pasara por su cabeza. Yo creo que por momentos vuelve atrás, cuando estábamos todos juntos, cuando todavía estábamos todos en casa, desde que falleció mi hermano Claudio, ella suele irse en su mente, debo reconocer que a mí también me pasa.
Cada 15 días la visito (o lo hacía hasta que estalló la pandemia), llego a casa, la abrazo, siento su perfume que me hace volver a mi infancia. Los domingos pastel de papas, guiso de arroz con 35 grados y el helado de almendras tan esperado.
Hace un mes volví a casa, hacía ocho meses que no la veía. La pandemia, la cuarentena nos distanció. Volver a verla, sentir sus manos, observar su mirada, ver sus plantas. Otra vez en casa.
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