PUEL MAPU
Por Carolina Blumenkranc.
Hay un cementerio familiar dentro del Lof Casiano Epugnir. Marina me lleva hasta ahí después de compartir los mates de la mañana. Los restos de al menos 30 personas descansan en ese rincón de la meseta en PuelMapu. Me sofoca llegar y ver cruces ¿Nunca nos libramos del símbolo occidental del sacrificio?, pienso mientras recuerdo a las monjas de mi infancia y me amargo un instante.
El sincretismo cultural es más evidente a medida que el relato de mi amiga se entrelaza con el viento y a veces una palabra se engancha en un molle y se queda ahí bailando entre las dudas. -Ya eran cristianos, me dice, pero al mismo tiempo los enterraban con su platería mapuche. Por eso, los apropiadores, además de despojarlos de su lugar, les profanaron las tumbas... para robarles todo.
La familia Casiano se había ubicado en la zona de Quetrequile, Provincia de Río Negro, en la segunda mitad del siglo XIX como consecuencia de los desplazamientos forzados que provocó la mal llamada Campaña del Desierto. En el año 1976, ya iniciada la dictadura, una familia sirio-libanesa se apropió del campo. Con engaños, claro. Como muchos. Aprovechando el desconocimiento de la lecto-escritura que tenían algunos pobladores mapuche, mediante acuerdos flojos de papeles y munidos de violencia, echaron a los descendientes del gran Agustín Casiano. La mamá de Marina, aún niña, fue una de las que tuvo que irse al pueblo, en plena dictadura, a buscar otra forma de ganarse el pan.
Encuentro un corazón de metal tallado a mano: un niño fallecía a los 8 meses de edad en el año 66. Manuela Lauquen ya había muerto en el 52. Y Segundo, en el 59. Pero más antiguo era el enterratorio de Juan, que volvió a la mapu en el 48.
Fotografío las tumbas porque son la pieza fundamental de la recuperación territorial del Lof. Sirvieron como prueba para la causa que se inició el 18 de diciembre del 2000. Marta Casiano, madre de Marina, tomó la decisión más importante de su vida en ese comienzo de siglo; volver a su campo, regresar a ese lugar al que ella pertenece: porque para la cosmovisión mapuche uno no es dueño de la tierra sino que la tierra es dueña de uno.
Acompañada por distintas organizaciones originarias que se habían ido conformando desde la década del 80 en la región, Marta acampó en el territorio, soportó amenazas, fríos duros como solo puede haber en esta estepa desolada, vientos tan inclementes como las críticas de sus vecinos, procesamientos. Junto a sus hijas y su compañero llevaron adelante una hazaña del cuerpo y también en la justicia: en 2008, la Corte Suprema de la Nación falló a favor del Lof Casiano. Ordenó a la justicia rionegrina que trate la demanda mapuche planteada contra el gobierno de la provincia por la entrega y reconocimiento definitivos de su territorio tradicional.
En la primavera de 2020, la familia amplió el cerco del cementerio para hacer lugar a los restos de la abuela de Marina. Y aparecieron, enterradas, otras placas antiguas.
Caminamos por entre las tumbas y el viento nos sigue; ventajero, nos alcanza y nos empuja. Nos muestra las espigas de esas historias que se levantan de la entraña de la tierra para reclamar lo que merecen también todos los pueblos originarios: Verdad, Memoria y Justicia.
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