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Jimena Gomez, Gonzalo Yahuita y Melisa Condori

EL BARRIO, EL HOSPITAL Y LA CASA

Tres historias que nos muestran como fue el transcurrir de la pandemia en el AMBA y su nuevo contexto. La olla popular en el barrio de Cildañez, acompañar a un familiar al Hospital y mudarse en plena pandemia.


Texto y fotografias por Jimena Gomez, Gonzalo Yahuita y Melisa Condori

 

El Barrio


Veinte de marzo, las ocho de la noche marcaba el reloj, estaba preparando las cosas para empezar un nuevo año en ARGRA.


En una especie de cadena nacional, canales de televisión, radios y redes sociales se hacían eco del anuncio del presidente, anunciando la cuarentena obligatoria para toda la República Argentina.


Luego del anuncio empieza a sonar a más no poder el teléfono, explotan todos los grupos de whatsapp, compañeres preguntando qué iba a pasar con la cursada, amigas preguntando si no nos íbamos a poder ver más y el grupo del barrio pregunta qué pasará al día siguiente con los más humildes.


Qué iba a pasar con los y las que hacen changas, los que viven al día, qué iba a pasar con les pibes y la escuela, se empezaba hablar de la virtualidad y de clases online ¿Cómo se iban a conectar los pibes y pibas de los barrios que nunca fueron conectados al sistema de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires?


Tardamos una semana para entender qué estaba pasando, ¿Cómo nos íbamos a manejar?, ¿Cuál iba a ser nuestro rol en esta pandemia? A la semana siguiente ya teníamos día y hora de la olla popular.


El miércoles 25 de marzo, 9 a.m. caen los compañeros y las compañeras para hacer la olla. Había que empezar a acostumbrarse a saludarnos con el codo ¿qué locura no?, si hasta hace unos días atrás nos estábamos abrazando entre todes. Hay que ser valiente para poner el cuerpo a esta situación, todes somos conscientes de los riesgos que corremos, pero nadie quiere que ningún vecino y vecina le falte un plato de comida en esta pandemia.


Fueron pasando los meses y los casos en el barrio empezaron a aumentar, la fila de gente para darle de comer cada vez era más larga, habíamos arrancado con una olla y hoy estamos haciendo entre 2 y 3.


No sabía cortar ni una cebolla, fui aprendiendo de mis compañeras sobre la marcha. Fueron pasando los meses y aprendimos a sobrellevar el frío, el calor, la lluvia, las angustias y preocupaciones personales, y hasta aprendimos a improvisar cuando no teníamos nada para cocinar, porque la fila y la gente esperaba, siempre esperaba.





El Hospital


Traté de llegar lo más temprano posible, eran las ocho y ya había una fila de treinta personas, todas con barbijos. Estoy sobre la vereda de avenida Córdoba frente al Hospital de Clínicas en la Capital Federal. Busco un rayo de sol para entrar en calor ¿por qué me olvidé el suéter?. Trato de respetar la distancia de dos metros, pero es dificil, una chica pregunta si esta es la fila para ingresar, le contesta el señor detrás mío con su barbijo negro por la mitad de la boca.


¿Hasta dónde llegaba la fila antes de la pandemia? Antes del Covid 19 el Hospital de Clínicas recibía unas 10.000 personas por día y hoy unas 1.500 entre pacientes, médicas, enfermeros, residentes y todo el personal necesario.


Salgo un poco de la fila y veo a mi viejo llegar, su barbijo es celeste igual que el mío, el mismo que cosió mi mamá con la recta y la overlock, hecho de viejos retazos de tela.


Nos quedamos charlando y viendo todos los estudios, informes y radiografías que tiene. Abren la puerta y la fila comienza a avanzar rápido. El edificio es inmenso, me hace recordar a la primera vez que ingresé a la estación de trenes de Constitución, un hall de entrada alto y enorme, con muchos caminos, pasillos y puertas. Me di cuenta que no nos tomaron la temperatura en la entrada.


Encontramos los ascensores luego de caminar un largo pasillo a la derecha del hall de entrada, también había fila. Un cartel antes de subir nos indica como máximo tres personas, me imagino que es para ayudar al distanciamiento. Al final ingresamos cuatro, llegamos al noveno y comenzamos a buscar la sala número cuatro.


Caminamos como hormigas entre sus laberintos, es muy fácil perderse si estas distraído. La luz en los pasillos es genial, hay mucha luz, pero también oscuridad.


Llegamos. Nos quedamos esperando en el pasillo cerca de la puerta de consultorios, es extraño ver pasar a los médicos con máscaras y barbijos, algunos con guantes y otros sin nada. Mi hermana que trabaja en la guardia del Hospital de la Trinidad tiene que usar todo el tiempo un barbijo tricapa, y para atender, dos barbijos más, además del camisolín, cofia, botas, antiparras y escafandra. Ese protocolo es con cada paciente que ella atiende.


Del pasillo nos fuimos a la sala de espera de consultorios, silla por medio hay una cinta blanca que no deja sentarse, parecen fajas de clausura o para delimitar un área en construcción o refacción. ¿Con la vacuna se podrá construir algo nuevo?.


La mayoría de las paredes de salas y pasillos están descascaradas, despintadas, como la piel arrugada y curtida de un trabajador golondrina que durante muchos años de sol, de lluvias y viento su piel se fue erosionando. En este caso parece que las paredes y pasillos fueron erosionadas por el poco presupuesto para su mantenimiento.


Nuestro turno. Las médicas atendieron con mucha paciencia, profesionalismo y se tomaron un buen tiempo para revisar la salud de mi papá. Estábamos divididos por una lámina de plástico transparente, por un momento pensé que estaba en el Banco Nación. Le pidieron una resonancia, un examen de laboratorio y le recetaron sesiones de kinesiología.


A los días fuimos por la resonancia, esta vez nos tocó en el Hospital Fernández. El guardia de seguridad no me dejó pasar y me pidió que esperara afuera mientras mi viejo esperaba su turno. Antes de la pandemia hubiera pasado sin problemas.


Mientras estoy afuera tomando sol, esta vez sí llevé el suéter, vi llegar una ambulancia, bajan a una señora en camilla. El chofer/camillero resulta ser Waldo, un viejo conocido de la secundaria, él estaba en el otro quinto, el de francés. Después de la secundaria él trabajó en el bingo de Ciudadela, como mozo, luego en un Coto, como cajero, después como fumigador y ahora como chofer/camillero de una ambulancia del SAME, le cuesta identificarme, debe ser por mi barbijo, por todo el tiempo que no nos vimos y por que siempre fue medio topo. Me cuenta que está trabajando con la ambulancia desde que inició la pandemia, estaban pidiendo mucha gente y tuve la suerte que me tomaran, me dijo. Sale mi viejo y me dice que le fue bien, me quedo charlando un poco más con Waldo e intentamos un saludo fallido con los codos.


Todavía le falta el examen de laboratorio y las sesiones de kinesiología, pero eso será la próxima semana.





La Casa


Pandemia, cuarentena, salud, trabajo, incertidumbre y podría seguir… El 19 de febrero de este año recuerdo que estaba yendo al Congreso de la Nación, volviendo a las calles de a poco, un nuevo año comenzaba.


El 13 de marzo nos dijeron en la oficina donde trabajo que por los casos que fueron surgiendo a causa del covid-19 no iríamos por un tiempo, estimamos que eso sería solo por 15 días.


20 de marzo, radios, televisores, instagram, facebook, twitter, por todos los medios de comunicación salía la noticia de que el presidente Alberto Fernández dispuso un “aislamiento social, preventivo y obligatorio” en todo el país.


Estuve 38 días sin salir del departamento, no salía a comprar, no salía a caminar, durante ese tiempo estuve paralizada, no veía el cielo, no sentía el viento, no veía a mis vecinos, solo me quedaba en el departamento esperando a que todo terminara y volver a la rutina.


Los días y los meses fueron pasando, en el departamento no contaba con un balcón, solo había una ventana la cual quedaba al contrafrente de mis vecinos. Con el correr del tiempo, decidí salir, lo primero que sentí cuando bajé a la entrada del edificio fue el sol, ahí me di cuenta todo el tiempo que estuve encerrada. Al mismo tiempo, veía como una señora baldeaba la vereda con un barbijo puesto, un taxista que también pasaba tenía su barbijo. Llegar a la Avenida y ver muchas personas con máscaras y barbijos, era un mundo nuevo, no entendía nada. Estuve en una cueva por muchos días y ese día que salí después de mucho tiempo fue como estar en otro lado.


Pasaron tres meses, preguntas, incertidumbre, aparecían constantemente. El no poder salir, el estar en casa durante tanto tiempo, me hacía sentir el encierro.


En julio llegué a una nueva casa, no estaba en mis planes mudarme, pero por ciertas cuestiones que fueron pasando llegué a este lugar. Una casa grande, un jardín, una terraza, otro aire.


Lo pensaba como unas vacaciones, un lugar donde pasar la cuarentena. Cuando llegué me encontré con objetos de una abuela, fotos, una máquina de coser y al mismo tiempo me encontré conmigo misma. Los estados de ánimo iban cambiando constantemente, algunos días eran buenos, otros no tantos y otros totalmente malos.


Julio. Invierno, insomnio. Ya pasaron cuatro meses y aún seguimos en cuarentena, el té de melisa se volvió una gran compañia, suelo pasar mucho tiempo en el sillón de esta casa, también paso mucho tiempo pensando. Me hice amiga de la cocina y empecé a hacer budines, cosa que no hacía en el departamento. Aun no me acostumbro a los nuevos olores y ruidos de la casa.


Septiembre. Salieron flores, llegaron nuevos colores y también las alergias. El frío ya pasó y octubre también. Miro la agenda y me encuentro con noviembre, ocho meses pasé sin ver a mi mamá, ocho meses viendo a compañeras y compañeros por zoom, a las noticias las dejé de mirar desde que me mudé a esta casa. Salgo a caminar, entro al chino y los pan dulces me avisan que se acerca navidad.




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